viernes, 21 de enero de 2011

De nuevo en Jacmel


He vuelto a Jacmel. Soy reincidente. No tengo excusas. Ya no puedo apelar al desconocimiento o la ignorancia. Ahora ya sé dónde me meto. Y por eso he vuelto. Para tratar de trabajar más y mejor.

Al hacer el viaje por segunda vez supongo que he perdido un poco, no sé bien si la inocencia o una cierta curiosidad infantil. Puede que la primera vez que hacemos un viaje lo hagamos más con ojos de niño, con una disposición total a dejarnos sorprender por todo lo que vemos. Después, nos dedicamos más bien a analizar algunas cosas, pero también descubrimos otros detalles que se le habían escapado a ese niño inocente.

El vuelo a Santo Domingo fue tan bullicioso como para ser de costumbre. Con el agravante de tener en el asiento de detrás a un típico varón dominicano que se pasó todo el viaje presumiendo en voz alta de sus lances amorosos, ¡remontándose a 1978…! Con todo, fue un trayecto mucho más llevadero, gracias a que mi compañera de trabajo y de viaje combinó su experiencia con esa carita de niña buena que sabe poner a veces para convencer a la azafata de que nos permitiera ocupar dos asientos que estaban libres en la fila de las salidas de emergencia, lo que nos permitió estirarnos durante el viaje.

En Santo Domingo me alojé esta vez en un pequeño hostal del centro que recomendaron. El lugar no estaba del todo mal, pero eso sí, en la recepción tuve que esperar varios minutos hasta lograr que el encargado despegara los ojos del televisor, tan ensimismado estaba siguiendo un partido de futbol.

El vuelo a Puerto Príncipe fue tan eficiente que salimos a las nueve de la mañana y llegamos a las nueve menos diez… Aun teniendo en cuenta el cambio horario entre Haití y la República Dominicana llegamos adelantados.

Esa circunstancia hizo que no me extrañara que la persona que había quedado en recogerme en el aeropuerto no estuviera. Al ir a llamarle descubrí dos cosas: que el saldo de mi móvil haitiano había expirado y que tenía muy poca batería. Entre la nube de taxistas que se ofrecían a llevarme tuve la suerte de encontrar uno especialmente amable que me permitió usar su teléfono. Mi contacto había pinchado y tardaría un buen rato todavía en llegar. Este hecho me permitió observar detenidamente a los distintos tipos de viajeros que fueron llegando hoy a Puerto Príncipe. Destacan, sin duda, los “grupos solidarios”. El modelo estándar suele estar formado por tres o más blancos, muy blancos, viajando sonrientes en la parte de atrás de una pick up, encaramados a un cúmulo de materiales diversos.

Como la espera se alargaba, los taxistas no cejaban en su empeño de convencerme para que recurriera a sus servicios. Algunos apelaban a la economía, la seriedad y la seguridad. Pero otros recurrían a tácticas de desmoralización: “Su amigo no va a venir”, “¿Y qué va a hacer usted si no viene?” “Lleva usted mucho rato ya, eh?” “¡Pues sí que tiene usted paciencia!” Realmente el tiempo pasaba, el compañero no llegaba y la batería de mi móvil estaba a punto de acabarse. El sol de Haití comenzaba a calentar en serio y yo seguía allí, abrazado al abrigo que traía desde el frío de Madrid. Mi situación distaba todavía mucho de ser desesperada, pero el hecho de ver a mi lado a un guiri que, sentado en el suelo, comenzaba a leer el Génesis me resultó un tanto inquietante.

Finalmente, mi paciencia fue recompensada y me vinieron a buscar. Al atravesar la ciudad, ésta me pareció algo menos caótica que la primera vez. El recorrido fue distinto y esta vez sí que pasamos por Champ de Mars, la zona que alberga las impresionantes ruinas del Palais National, cuya imagen, hace algo más de un año dio la vuelta al mundo.

Tras un viaje amenizado, casi en su totalidad, por conversaciones sobre la complejidad de la política haitiana, pasada, presente y futura, sobre las dos de la tarde llegamos a Jacmel.

Cuando estaba a punto de dejar Madrid el miércoles, la directora de mi organización me preguntó “¿Regresas a casa?”. Yo no supe que responderle. Siempre he pensado que realmente mi patria, mi país, es solamente el lugar que ocupan mis seres queridos. El caso es que ahora están lejos y yo vivo aquí, en Jacmel.

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