Ayer, en la carretera estuve un rato detrás de un camión que iba circulando anormalmente despacio. Era uno de los vistosos vehículos amarillo de Correos. Enseguida pensé: ¡Claro! ¡Qué prisa va a tener, si es de Correos!.
Recordé el chiste que me contaron hace muchos años, cuando aprendía francés. En Francia, la empresa estatal de correos y comunicaciones se denomina P.T.T. (Postes, Télégraphes et Téléphones), pero sus usuarios lo suelen traducir por "Petit Travail Tranquile" ("un trabajito tranquilo"), por la parsimonia y pocas ganas de agobiarse de las que tienen fama sus funcionarios.
La verdad es que, hoy en día, a nadie se nos ocurre confiar algo importante o urgente al buzón. En el tiempo de internet y la telefonía móvil, ¿qué es lo que le confiamos al correo postal? ¿Realmente alguien escribe cartas todavía?
El vicio de escribir no nos ha abandonado. Solo en blogs como éste, se nos dice que se escriben más de 270.000 palabras por minuto. El número de mensajes SMS que se envían anualmente, puede superar los 2 billones en todo el mundo. Mi hija adolescente pasa la mayor parte del tiempo que está en casa tecleando en el ordenador, cual eficiente mecanógrafa de principios del siglo XX, atendiendo sus múltiples contactos de Hotmail, Tuenti y otras redes sociales.
Pero algunos viejos carcamales como yo, en ocasiones, sentimos nostalgia de las cartas. Claro que, hace como veinte o veinticinco años, vivía pendiente del buzón. Casi cada día escribía o recibía una carta. Uno de los ritos diarios más importantes era abrir el buzón o ir a Correos. En el cajón de mi mesa siempre había una tira de sellos (¿cuánto cuesta ahora un sello?) y mi estantería era presidida por un montón de cartas, como mi tesoro más valioso.
La mayor parte de esas cartas eran de la que, desde hace casi veinte años es mi compañera, de ilusiones y de fatigas. Fuimos cimentando esa relación con papel y bolígrafo. En una época en la que nuestros padres, cuando nos veían al teléfono temblaban, (¿No será una conferencia, verdad?), folios y cuartillas custodiaban nuestro amor.
Las cartas me permitieron también mantener muy buenas relaciones con amigos y amigas lejanos. En muchas ocasiones nos dijimos por escrito lo que nunca nos habríamos dicho en persona; algo que, quizá, nos ayudaba a conocernos mejor.
Ahora, en la Era de las Comunicaciones, recibimos docenas de mails de amistades, con reenvíos graciosos o "profundos", pero que rara vez nos cuentan algo de su vida, de sus sentimientos o de su estado de ánimo. A veces hablamos con ellos por teléfono, por mantener abierta la relación, sin saber muy bien qué decirnos.
Pero, ¿cartas?, ¿quién escribe cartas ahora?
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