Culminado el almuerzo que compartimos con la mitad de los europeos en el área de Orleans, emprendimos la etapa final del viaje.
Una vez más, solidarios, unidos por un objetivo común, los europeos en movimiento nos encontramos en la circunvalación de París. Allí, cuatro carriles por sentido demostraron ser escasos para responder a nuestras expectativas circulatorias. Pacientes, cual modernos peregrinos, aguantamos todos el atasco, sin poder atisbar siquiera una esquina de la torre Eiffel que pudiera aliviar nuestro desesperante aburrimiento.
Al fin, se abrieron las compuertas circulatorias y pudimos emprender la última etapa de nuestro primer y largo día de viaje.
Tras 16 horas de viaje llegamos a la villa de Calais, en el extremo norte de Francia, a orillas del canal de la Mancha.
Nuestra intención era pernoctar allí, de modo que nos dirigimos a la Oficina de Turismo para solicitar información sobre alojamientos. Allí, un tipo repantingado en un sillón nos recibió muy sonriente diciéndonos que no había alojamiento ni en Calais, ni en todos los pueblos a 50 kilómetros a la redonda. Lo que se dice, la "alegría de la huerta".
Nuestras alternativas en ese momento parecían ser cruzar el canal hacia Inglaterra o dormir en el coche. Pero nuestros cuerpos se negaban ya a cualquier experiencia que no fuera encontrar una cama.
Decidimos dar una vuelta en dirección a la playa y allí vimos un cartel providencial: "Auberge de Jeunesse". Recordando la época de nuestra no tan lejana juventud, decidimos preguntar allí si nos podían acoger por una noche. Resultó que sí, y el alivio fue tal que tuvo un efecto balsámico tal sobre nuestras maltrechas anatomías, que nos quedaron ánimos para hacer turismo por Calais.
Resultó ser una villa bastante interesante, con una compleja historia, producto de siglos de tira y afloja entre el dominio francés y el inglés. Ahora, los cañones se han convertido en trenes y los galeones de guerra en ferrys, de manera que puede decirse que Calais mantiene unidas las islas británicas al continente europeo..., o viceversa, como dirían los ingleses...
Dos cosas nos resultaron especialmente llamativas. Una, su ayuntamiento, que no desmerece del de ciudades como París. La otra que, mientras estábamos cenando en una terraza al aire libre de la calle principal, a las ocho de la tarde, pasara el camión de recogida de la basura.
Decididamente, los horarios es algo que todavía nos distingue a unos de otroa países en Europa.
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