El tiempo, la climatología, es el tema de conversación preferido del pueblo británico. Esto no es un mito, sino una realidad.
En cuanto puse la radio en Inglaterra, lo primero que escuché fue a varios locutores, entusiasmados, describiendo el "lovely weather" del que estaban disfrutando las islas británicas.
Lo que para nuestra mentalidad española sería "está empezando a hacer fresquito", allí resultaba ser motivo de euforia nacional. Temperaturas alrededor de 28 grados centígrados y casi tres días de sol, a finales de agosto, tuvieron el efecto de que toda la población londinense se echara a la calle para disfrutar de ese inusual regalo de los dioses.
A ésto, se sumaba el que ciudad perecía tomada por los españoles("Espero que hayan venido a Londres a aprender inglés", nos dijeron en el alojamiento...). El euro ya podía plantarle cara a la libra esterlina, lo que había exacerbado el afán consumista ibérico.
El resultado de todos estos factores era un Londres con aspecto más asiático que europeo. No sólo por la profusión de turbantes y chador por las calles, sino por la omnipresencia de multitudes en todas partes. Colas en el metro, en los museos, en los restaurantes...
Solo en los parques se podía respirar un poco. En España estamos acostumbrados a considerar "zonas verdes" a esos escuálidos arbolitos que parecen brotar de esos cuadraditos de cemento que bordean nuestras calles. En Londres casi no se ven árboles en las calles, pero, a cambio, la población dispone de extensas y muy cuidadas zonas verdes.
Lo que fueron antiguos jardines de los palacios de la aristocracia o zonas de caza de los reyes, son ahora lugares de expansión de los ciudadanos de a pie, e, incluso atractivo turístico.
Así pues, tras varios "baños de multitudes" durante nuestra estancia en Londres, fuimos, como no a relajarnos a Hyde Park.
Allí, mientras meditaba tumbado sobre la hierba, percibí un hecho que me hizo tomar consciencia de la realidad del cambio climático con más intensidad que los documentales de Al Gore o de Yann Arthus-Bertrand:
¡La hierba de Londres empieza amarillear! ¡Esto es el fin!
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