miércoles, 5 de agosto de 2009

Desde entonces

Mi padre, a sus 70 años, nunca había estado enfermo.
Así como mi madre acarrea innumerables achaques desde que yo puedo recordar, él siempre había gozado de buena salud.
Hace unos años, acompañó a mi madre a un balneario en el Pirineo. Ella iba a tomar unos baños contra el reumatismo. Él, a descansar unos días.
Nada más llegar, a mi madre le hicieron un chequeo, para determinar el tratamiento a seguir durante su estancia. Entonces, unos de los médicos le propuso a mi padre chequearse también. Él dijo: "No, para qué, si me encuentro estupendamente. Yo sólo vengo de acompañante". Pero, ante la insistencia del facultativo, finalmente aceptó.
En el reconocimiento, le encontraron unos niveles de colesterol y tensión arterial tan altos que los médicos determinaron que era imprescindible su inmediato traslado en ambulancia para ingresar de urgencia en el hospital de Jaca. Para ellos estaba claro que, en su estado, no podía hacer vida normal.
Esa vida normal que mi padre venía haciendo, feliz en su ignorancia, hasta ese momento.
Desde entonces, está tomando medicación, para la hipertensión y para controlar sus niveles de colesterol. Unos tratamientos que, según los médicos, deberá mantener durante lo que le quede de vida.
Hasta ahora, yo contaba este sucedido casi como un chiste: "Fíjate, con lo sano que pensaba que estaba el hombre..."
Lo que ocurre es que he comenzado a darme cuenta de que, también desde entonces, mi padre ha empezado a decaer físicamente. Claro, se podrá decir que es la edad, sí. Pero creo que a eso podría unirse un cierto decaimiento psíquico también, una vez que te han convencido de que eres dependiente de unos medicamentos hasta tu muerte.
Estas reflexiones han coincidido con la lectura del libro "Los inventores de enfermedades", en el que un biólogo y periodista alemán analiza la voracidad de las empresas farmacéuticas en connivencia con la clase médica.
¿Quién determina qué es una enfermedad? ¿Cómo se determinan cuáles son los niveles normales de, por ejemplo, el colesterol? ¿Han cambiado esos niveles "normales" oficiales en los últimos años? ¿Cómo puede afirmarse, con seriedad estadística, que dos tercios de una determinada población supera los niveles "normales" establecidos?
En este libro se analiza, de una forma clara, amena, pero creo que puedo afirmar que con rigor, cómo la población europea nunca en su historia ha estado tan sana, nunca ha sido tan longeva, pero cada vez está más medicada.
Partiendo de la base de que una persona sana lo es porque no ha sido suficientemente estudiada medicamente, se nos va convenciendo de que las vicisitudes normales de la vida, como la madurez o el envejecimiento, son realmente enfermedades.
Como, además, nuestro sistema de protección sanitaria nos proporciona los medicamentos a bajo coste o incluso de forma gratuita, aceptamos sin rechistar ser convertidos en pacientes crónicos de cada vez más dolencias, reales o "de moda".
Hasta hace unos cincuenta años, las nuevas enfermedades se descubrían cuando aparececía un paciente con una sintomatología desconocida. En ese momento, la maquinaria farmacéutica se ponía en marcha para buscar un tratamiento.
Actualmente, la inercia de esa poderosa industria es tan monstruosa que el proceso se ha invertido. Sus departamentos de marketing, que manejan mucho más presupuesto que los de investigación, se dedican a imaginar nuevas enfermedades y animan (a menudo económicamente) a los médicos para que descubran, en sus consultas o a través de congresos médicos, pacientes de esas nuevas dolencias.

1 comentario:

Joaquín Cirac Garcia dijo...
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