Me gusta jugar al póker. Es una mis actividades clandestinas, y soy de los que opinan que no hay como jugar al póker y perder... ¿Perder? Sí, porque ganar debe ser ya la bomba...
El póker me gusta porque es de los pocos juegos en que el azar no es lo más importante. Y, sobre todo, porque en él uno puede incluso ganar teniendo las peores cartas sobre la mesa.
Otra de mis actividades clandestinas es la escribir. Escribir aunque nadie te lea ni te publiquen. Sí, porque que te lean y te paguen por ello ya debe ser el colmo...
Siempre le he tenido mucho respeto a la actividad de escribir. Creo que, con todo lo que hay escrito, es muy difícil aportar algo original al mundo de la literatura. Hace poco leí un texto de García Márquez en el que afirmaba que, desde los antiguos griegos, no se han desarollado más que unos veinte posibles argumentos.
Una de los aspectos que me parecen más complicados para escribir, tras encontrar algo interesante que aportar, es hallar el tono adecuado de contar una historia.
Sin embargo, estoy descubriendo que mis dos pasiones clandestinas pueden estar muy relacionadas. Cómo en el póker, en la literatura también se puede ir de farol. Está claro que uno puede conseguir ganar, que le publiquen, sin tener las mejores cartas en la mano; incluso sin tener nada en absoluto.
Acabo de terminar un libro, incluido en la moda de la novela pseudohistórica, pseudocientífica y pseudoesotérica. Está compuesto por recortes de arquitectura medieval, sectas alquímicas perseguidas por los nazis y conspiraciones vaticanas. El hilo conductor pretende ser la investigación de esos arcanos misterios por una pareja de catedráticos de Historia, jóvenes, guapos y ricos. Los protagonistas, mientras viajan sin cesar entre las grandes capitales europeas, mantienen sesudas conversaciones sobre Newton, Faurel y Ramón Llul, mientras se comportan como cánidos en celo y el autor nos da detalles sobre la ropa interior de la exuberante catedrática.
No he conseguido encontrar el tono del libro, ni encontrar nada original en el argumento. Seguro que el autor sabe de lo que está hablando, pues dicen que él también es catedrático de Historia. No le negaré, por tanto, cierta autoridad para relatar cómo deben llevarse a cabo este tipo de investigaciones entre sus colegas.
No voy a citar el nombre del libro ni su autor. me molesta hablar mal de paisanos. Lo que tengo claro de este señor es que tal vez no sea lo que yo considero un buen escritor; pero es, sin duda, un buen jugador de póker. Esta vez no llevaba buenas cartas en la mano, pero ha conseguido ganar la partida, que le publiquen, con un buen farol.
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