¿Ahora se ven menos mariposas que antes? Tengo la impresión de que cuando era pequeño había muchas más revoloteando a nuestro alrededor.
Tal vez sea que unos seres tan frágiles no soportan bien el cambio climático o el aumento de sustancias químicas extrañas vertidas en nuestro campos.
O quizás algo tan etéreo no resulta adecuado para tiempos de crisis. No es que las mariposas no estén ahí, sino que preocupaciones, agobios y angustias bloquean nuestros sentidos y nos impiden disfrutar de su belleza.
Ayer estuve recorriendo un camino por el bosque. Una suave pista que remontaba un río transparente. Durante el recorrido, casi fuimos atropellados por un macho de cabra montesa que bajaba corriendo pendiente abajo. Más discreta, una ardilla curiosa nos observaba sin abandonar sus afanes recolectores. La Naturaleza nos acompañaba, pero el entorno era también un reflejo de la actividad humana. Masías en ruinas, rodeadas de bancales trabajosamente construidos y ahora abandonados, eran el reflejo de otras épocas. Testigos de un modo de vida mucho más duro, pero quizás más sencillo.
El camino era hermoso, el paisaje montañoso que lo rodeaba, impresionante. La compañía era la mejor que podría desear. Sin embargo, sentía mi andar pesado. No llevaba mochila, pero cargaba con un gran fardo de preocupaciones, de dudas y de miedos, que lastraban mi avance hacia el final de nuestra ruta. Allí, un viejo roble centenario cobijaba un pequeño trozo de paraíso, con una fuente cristalina, una higuera y una antigua casa, ahora abandonada.
Quizá no es quen haya ahora menos mariposas que antes, sino que vamos perdiendo esos ojos de niño ilusionado por verlas.
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